Nací en la costa de Montevideo, una tarde lluviosa de 1963. Cursé la escuela y el liceo en un colegio bilingüe (“inglés”). Cantaba el himno británico cuando subían la bandera. Más tarde, casi me hice católico en un colegio católico. Más tarde aún, contravine los deseos de mis padres y me inscribí en la carrera de Psicología. Obtuve el título. No fui economista, contador público, manager ni administrador de empresas.
No me ganaba la vida. Empecé a publicar una serie de artículos periodísticos y ocasionalmente algo de narrativa en la prensa local. Durante un viaje a Buenos Aires pago por mis padres, conocí al entonces oscuro escritor M.L. Nos hicimos bastante amigos. Sin embargo, no le conté que yo también escribía literatura. Tal vez me dio vergüenza.
En los años siguientes ataqué el problema económico. Sin saberlo me prohibí escribir. Cuando por fin me descubrí con una agenda llena de consultas, una casa propia, una mujer y abundante dinero para pagar todas las cuentas y aun salir a cenar afuera tres veces a la semana, me descubrí, también, con un inesperado vacío. Muy a mi pesar concurrí a los talleres de L. (quien por casualidad había vuelto a la ciudad natal).
En sus apartamentos (L. se mudó varias veces), lidié con los ejercicios, y aprendí el duro oficio de la corrección de estilo. Otros años esforzados. Pero en este caso hubo un giro del destino. Por motivos ajenos a mí, mi situación financiera se había deteriorado. Surgió la posibilidad de coordinar un taller literario con enfermos mentales y, con la excusa de que yo era psicólogo, la tomé. Porque necesito el dinero, pensé. Sin embargo le tomé el gusto, se me liberó la ambición y me animé a coordinar mis propios talleres, primero en el gremio de los psicólogos (porque soy psicólogo, me dije, es un buen punto de partida) y luego en mi casa (porque soy... ¡escritor!). El éxito me sorprendió. Había logrado combinar mis dos vocaciones y, por el mismo trámite, obtenido una sólida fuente de ingresos.
En el interín se había publicado la colección de los F. T., una vieja idea de L.que incluía dar a conocer a narradores poco o nada conocidos. Era mi caso. Mi libro fue una alegre compilación de relatos más bien breves unidos a dos largos, y la repercusión me alegró; tanto, que aún lo leo como uno de los libros más agradables que me ha tocado tener entre las manos...
lunes, enero 03, 2005
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