lunes, agosto 29, 2005

El sábado, Y. llegó más temprano que de costumbre...

...: no suele ser la primera en llegar. Pero abrí la puerta y era ella. Me sorprendí muy levemente, tan levemente como puede uno sorprenderse ante una situación sin mayor importancia. Y. llegando un poco más temprano, antes que los demás: inhabitual,sí, pero nada como para llenarse de asombro. La hice pasar. La hice esperar pues yo no había terminado de preparar el mate; la dejé en el living -lugar habitual de las reuniones del grupo- y regresé a la cocina. Creo que hay un motivo para que Y. no sea la primera en llegar; no quiere -y yo tampoco quiero, en el fondo- que estemos a solas. Nada sexual; no lo creo, al menos. Más bien un asunto de piel. Aunque la respeto y aprecio -e imagino que la recíproca existe-, nuestra comunicación no es fácil. Tal vez nunca es muy fácil en un taller literario de estas características; si bien mi obligación es intentar en todo momento esa comunicación, para que las cosas queden medianamente claras y no crezcan los sentimientos negativos imparables (esos que se incuban en todo grupo). Soy el coordinador no únicamente porque propongo y cuido la tarea, sino porque intento que los grupos humanos funcionen -para que pueda funcionar la literatura que surge de ellos. Mi pequeña teoría es que no se puede escribir libremente sin alguna confianza en los congéneres que nos leerán -en este caso, los compañeros del taller. Y que la confianza no siempre nace como el fruto de los árboles, es decir por orden de la naturaleza. Muchas veces hay que trabajar y desbrozar el camino. Bueno, me fui de tema. Hablaba de Y. Pero es que, de algún modo, lo que Y. traía para mostrarme -y la razón de su llegar temprano- tiene que ver con esta disgresión.
Porque Y. había publicado, por primera vez. Cuando llegué con el mate, me mostró la revista. Una linda presentación, gran tamaño, papel satinado, diagramación espaciosa, algo como de otra época, sin la horrenda pobreza actual del país. Y ahí estaba su cuento. Y. me recordó que habíamos trabajado mucho sobre ese texto. Era cierto. El año pasado. Una vez que el resto del grupo faltó. Trabajamos bastante a fondo la corrección de estilo. Y -me recordó también- ese había sido el primer texto suyo que a mí me había gustado. Por eso lo había elegido para presentarlo a la revista.
Más tarde todo el grupo miró la revista. Fue satisfactorio, es satisfactorio que los talleristas avancen, se animen, logren metas. Y cada vez sucede más. Todavía me sorprende la eficacia del taller, pese a que puedo proclamarla a los cuatro vientos.

jueves, agosto 18, 2005

Una observación...

... a la que no sé si puede dársele carácter de ley general, aunque sí que es frecuente, al menos para mí, al menos en mi propia escritura y en la de mis talleristas: lo mejor nunca es lo más característico. Es decir: el mejor cuento, poema, lo que fuera, de un autor, no se parece mucho a su producción habitual. Si alguien suele ser gracioso, su mejor obra es seria. Si alguien tiene inquietudes sociales, su mejor obra carece de ellas. Si alguien parece simple su mejor obra es compleja. Podría abundar en ejemplos como éstos. Y -reitero- debería investigar mucho más como para siquiera darle el carácter de cosa general. Sin embargo, la frecuencia de la observación me ha estimulado a pensar, y he llegado a la siguiente conclusión (parcial y muy provisoria): es lógico que la mejor obra de un autor no se parezca totalmente al resto de su producción, ya que, justamente, se destaca por aquello que la diferencia, es decir, por aquella dimensión, nueva para ese autor, que apareció en ese texto. Hipotetizo entonces que el autor logró conectarse -vaya uno a saber cómo- con una dimensión psíquica que habitualmente permanece intocada durante su escritura. Y ese dimensión completa a aquellas otras que sí son habituales. No sé si es LA explicación, pero parece bastante buena.